Carta de la Pascua 2013

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¡Vivit et Regnat!

Queridos hermanos y amigos todos:

¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

J

esucristo Resucitado… No sabemos muy bien en qué consiste esa vida nueva del Señor, esa misma vida nueva que esperamos para nosotros,  esa corporalidad nueva, sin deterioro, eterna…no sabemos, nos produce vértigo sólo pensarlo. Ignoramos “cómo podrá ser eso”, dicho con palabras de María (Confert: LUCAS 1, 34), cómo podrá ser esa alma humana plenamente saciada en Él, en Dios. No sabemos, no tenemos claridad ni palabras para nombrar lo absolutamente nuevo, que es: Jesucristo Resucitado. No nos es posible ni imaginar una luz absoluta, una luz sin sombras. La Resurrección es la frontera misteriosa de un mundo nuevo, de una vida totalmente nueva: la vida divina, la eternidad.

Nos apeamos de la razón, útil escalera para alcanzar la realidad, pero escala  insuficiente,  de tramo corto… y nos atrevemos a asomarnos a unos ojos nuevos, puro regalo de Dios: la fe.

Y nos atrevemos a la mirada de la fe apoyados en la Palabra: fides ex auditu, la fe nace de oír (Romanos 10, 17). La semilla de esta mirada nueva, pues,  es la Palabra de Dios. Su Palabra sigue curando  nuestras  cegueras humanas. Entremos en la Palabra…

 

¿No ardía nuestro corazón en nuestro interior cuando nos hablaba en el camino y nos iba explicando las Escrituras? (LUCAS 24, 32)

Así cuentan la presencia del Señor Resucitado los que se fueron a Emaús, Cleofás y el otro:

  • Alguien que camina a nuestro lado

Jesucristo Resucitado no es un puro pensamiento  positivo, una fórmula repetida de generación en generación, un piadoso recurso sicológico para animarnos, una fuerza de optimismo que nos invade…es “alguien”, una misteriosa persona  de “aquel tiempo”, de la eternidad, que camina hoy a nuestro lado (!). Sí, asombroso, inexplicable, hacer esta afirmación puede provocar risitas, desprecio, como ya le pasó a Pablo en el areópago, o en Cesarea, ante el rey Agripa (Confert : Hechos 17, 32; 25, 19). Jesús camina con nosotros,  el Resucitado es alguien “con nosotros”, incansable y fiel, inmortal y tierno,  como un amor nuevo, infinitamente nuevo, jamás experimentado.

  • Un “fuego” interior, en el corazón

Su compañía no es puramente exterior, al lado, junto a nosotros, detrás o delante, sobre nosotros (confert: SALMO 138); sino alguien que se nos ha metido en el corazón, atravesando todas sus barreras, que lo ilumina y lo calienta como un fuego con su presencia inexplicable, con su amor misericordioso y fiel, tan hermoso. Su compañía es firme y segura por su parte, no expuesta al deterioro, a la caducidad, al abandono, a las circunstancias. En Él comenzamos a comprender, a experimentar, con inmenso asombro, el significado de una palabra de difícil utilización en nuestro vocabulario, la palabra “siempre”.

  • Mientras nos explica las Escrituras, la Palabra, mientras nos parte el pan de la Palabra.

Con Él y en Él, las Escrituras  empiezan  a hablarnos  (¡Jesús habla,      Dios habla realmente!), todas nos hablan de Él, y de nosotros, de nuestra existencia, de la  grandeza y la belleza  de nuestra vida, de nuestra suerte, de la alegre esperanza que aguardamos: su reino, el señorío soberano y absoluto del amor de Dios. Sin Él, si no hubiera resucitado, las Escrituras enmudecen y se convierten en letra muerta.

Ellos contaron lo que había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan (LUCAS 24, 35)

También es necesario que anotemos lo siguiente

  • La presencia del Resucitado es un acontecimiento objetivo, que tiene lugar en el camino y en aquella aldea.

Él se hace presente en nuestra vida real, en nuestro espacio y nuestro tiempo concretos; en nuestra historia personal y comunitaria, en nuestra sociedad, en nuestro mundo. No es una idea, un pensamiento puramente interior, una creencia, sino una presencia, la presencia viva de Dios en el mundo, en nuestro corazón. Presencia en la memoria de sus discípulos de hoy y de siempre. Presencia en la inteligencia, aun vivida en el “no saber”, presencia verdaderamente inexplicable, inefable, pero presencia  real. Presencia  en nuestra voluntad, en nuestra dimensión afectiva, presencia amada, buscada, deseada, reconocida, adorada, que solamente  el discípulo, por la acción del Espíritu, percibe oscuramente, luminosamente.

  • Al Resucitado se le “reconoce”. Se había conocido previamente que estaba muerto y sepultado

Jesucristo Resucitado revela su presencia, por iniciativa suya, a los que quiere, haciéndolos Él sus testigos. Que murió y fue sepultado pertenece a la evidencia humana, histórica. El por qué de su muerte y los días de su sepultura pertenecen al orden de la fe, Que ha resucitado, que vive y reina, pertenece al orden de la gracia, a quienes, por su misericordia, compartimos la fe de la Iglesia que atraviesa los siglos.

  • Y el “lugar” donde se le reconoce es al partir el pan, gesto eucarístico.

La Eucaristía es el lugar por excelencia donde nos aborda el Señor Resucitado, desde su misteriosa corporalidad, desde su Cuerpo  entregado por nosotros (“esto es mi cuerpo”), desde su Sangre derramada por nosotros  (“éste es el cáliz de mi sangre”). La Eucaristía es el ámbito de mayor intensidad y fecundidad de su Espíritu. Allí donde nuestros recursos humanos apenas nos sirven, allí, en la Palabra partida, en el Pan partido, Él nos aborda “como una brisa tenue”(Confert: I Reyes 19, 12-13), con toda la potencia de su amor, de su Espíritu, de sus dones y carismas. Como nos recordó el Vaticano II, la Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida cristiana (Lumen Gentium  11).

Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén  (FÓRMULA LITÚRGICA)

El Crucificado, el Hijo crucificado, no revive esta vida nuestra sino que vive en plenitud, por encima de la muerte, está siempre vivo, eternamente vivo, es el Viviente, es la Vida:

  • Vive con el Padre, “en el seno del Padre” (Juan 1).

Vive en el Espíritu Santo, unido al Padre. Uno con el Padre  y el Espíritu, un solo Dios, pero sin fusión, sin confusión, tres personas. Igual al Padre, de la misma naturaleza divina, pero siendo el Hijo; igual al Espíritu, de la misma condición divina, pero  manteniendo su diferencia personal, su humanidad, su misterioso Cuerpo, sus llagas…Misterium fidei. Esto no lo mantiene alejado de nosotros, al revés: Por la fuerza total del Espíritu, vive tan unido a nosotros como lo está con el Padre. Su amor creador, redentor, plenificante,  sostiene y mantiene nuestra existencia humana y creyente.

  • Jesucristo Resucitado  vive  y reina.

Es el Rey, el Señor, el Kirios, Vencedor de la muerte, Dux vitae, Dueño de todo, Dueño de la vida, de tu vida, de la mía, Fuente de la vida, de toda vida: Todo fue creado por Él y para Él (COLOSENSES 1, 16). Todo se lo ha dado el Padre (Confert: MATEO 11, 27). Porque el Crucificado que ha resucitado es Dios, Dios como el Padre y el Espíritu Paráclito. Por los siglos de los siglos. Amén. Alleluia.                                            Edilio